“Madrid, Madrid, ¡qué bien tu nombre suena / rompeolas de todas las Españas! / La tierra se desgarra, el cielo truena, / tú sonríes con plomo en las entrañas”. Nada mejor que evocar estos versos de Antonio Machado para recordar la capital de España en un día como hoy, 15 de mayo. Fiesta de San Isidro Labrador, patrón de la ciudad desde su canonización en 1622, la villa celebrará su tradicional romería del santo que culminará en la pradera que lleva su nombre, con música, bailes y comida. Pero más allá de sus claveles, chotis y rosquillas, la literatura también se ha dejado embrujar por el encanto de esta ciudad de la que Lope de Vega escribió: “No hay ninguna villa, en cuanto el sol dora y el mar baña más agradable, hermosa y oportuna, cuya grandeza adorna y acompaña la Corte de los Césares de España”.
Escenario de las reyertas entre Góngora y Quevedo, desde el Madrid de Calderón de la Barca o el propio Lope hasta Tirso de Molina, que inmortalizó Vallecas en La Villana, la capital ha suscitado la curiosidad y estimulado la imaginación de propios y extraños. Hasta el punto de que Matthew G. Lewis situó la acción de El monje, una novela gótica escrita a finales del siglo XVIII, en las calles de esta localidad española que nunca jamás había pisado.
Literatura de café
Personaje emblemático en la obra de Pérez Benito Galdós, fue sin duda el autor de los Episodios Nacionales quien otorgó a la ciudad mayor protagonismo. Desde La desheredada hasta Misericordia, no son pocas las novelas galdosianas que suceden en la capital. Aunque quizás, la más representativa sea Fortunata y Jacinta, una de las obras cumbre de la literatura española. Con la caída de la República y la Restauración borbónica como telón de fondo, a partir de la historia de dos mujeres de distinta clase social unidas por un trágico destino, Galdós retrata aquí el Madrid de la segunda mitad del siglo XIX, una ciudad que rápidamente se modernizaba.

Tras el escritor de Miau, otras novelas ambientadas en la villa como La maja desnuda de Vicente Blasco Ibáñez, El Rastro, de Gómez de la Serna o El árbol de la ciencia de Pío Baroja evocaron el ilusionante comienzo del siglo XX madrileño. Mientras, de la mano de Ramón María del Valle-Inclán y el protagonista de Luces de bohemia, Max Estrella, recorrimos sus calles por lugares aún hoy reconocibles como la mítica chocolatería San Ginés. Y es que la importancia de los cafés o las tertulias, tan evidente en la vida de Galdós, no pasó tampoco desapercibida para el resto de los escritores de esa fecunda época.
Reflejo de un Madrid prebélico, ambientado en los años 30 anteriores a la guerra y enfrascado en tertulias literarias, Max Aub recreó aquellos días de la capital en La calle de Valverde. Una ciudad que Camilo José Cela rescata ya en la posguerra. Nobel de Literatura en 1989 por obras como La colmena, el escritor evoca los días melancólicos en los cafés de la época.
Del siglo de Oro al Madrid de hoy
Del Madrid de las guerras, los cambios históricos y el paso del tiempo al de nuestros días, varias han sido las obras que, fieles a su espíritu, se han dejado arrastrar por el frenesí de sus ritmos, sus gentes y sus costumbres. Un lugar también más desenfadado, capaz de tomarse menos en serio, donde las crisis vitales han ido cambiando en pos de las exigencias generacionales. Surgen entonces novelas como Historias del Kronen, de José Ángel Mañas, o Beatriz y los cuerpos celestes, de Lucía Etxebarría, crónica y retrato de una generación que vive desenfrenadamente la década de los 90.

Y es que, si Madrid es un lugar favorecido “por un cielo espléndido que hace olvidar casi todos sus defectos”, como escribía Luis Martín Santos en aquella novela donde evocaba el desolador Madrid del primer franquismo que es Tiempo de silencio, ya en 2005 Julio Llamazares rebuscaba en ese universo regido por el sol en El cielo de Madrid. En ella, a partir de la estructura de la Divina Comedia, el escritor leonés ascendía de los infiernos al paraíso en un recorrido por la Movida madrileña, el movimiento contracultural que se desarrolló durante los primeros años de la Transición española.
Tampoco nos olvidamos de Las edades de Lulú, ambientada en la década de los 70, con quien conocimos a finales de los 80 a Almudena Grandes, madrileña de nacimiento, de cuyo idilio con su ciudad natal surgieron obras como como El corazón helado o Malena es un nombre de tango. De Elvira Lindo y su Manolito Gafotas del barrio de Carabanchel, al siglo de Oro del capitán Alatriste de Arturo Pérez-Reverte, ya en los últimos años Madrid ha continuado siendo recientemente tema literario para muchos autores como Carmen Mola en La Bestia o Elvira Sastre en Madrid me mata, un retrato íntimo de la experiencia de la escritora por las calles de la ciudad.
«Madrid no rasca el cielo como Nueva York» ni «tiene la majestuosidad de París«, escribe Sergio C. Fanjul en La ciudad infinita, un ensayo sobre urbanismo y gentrificación en la capital española. Toda una declaración de amor, como lo es también la que compone el escritor Andrés Trapiello en su libro, Madrid, una biografía y un retrato de la gran urbe que disecciona los viajes de agua, los barrios antiguos, los arrabales, el paso de reyes, repúblicas y dictaduras, la miseria y los días de esplendor, las guerras, la Movida y hasta el coronavirus.

Hay tanta literatura en la ciudad como infinitas son sus calles. Inspiración continua, tal vez fue Miguel de Cervantes quien mejor lo expresó cuando escribió, al despedirse de la villa: “Adiós”, dije a la humilde choza mía; “adiós, Madrid; adiós tu Prado y fuentes, que manan néctar, llueven ambrosía”.
*Imágenes: Turismo de Madrid