Como si al fin su idea se hubiera materializado, todos los escritores afirman sentir cierto cosquilleo cuando ven la luz los primeros ejemplares de su obra. La chapa y pintura del libro se llama fotocomposición y sus profesionales son el hada madrina del sector editorial, los encargados de darle forma al manuscrito para presentarlo ante el baile de lectores sin dejar que se vuelva calabaza. El suyo es un trabajo de mucho mimo. Página a página, señala Antonio Sáez de J. A. Diseño Editorial S. A. -cuyo grupo dedicado a la fotocomposición desde el año 1994, ha trabajado con editoriales como Martínez Roca, Espasa o Temas de hoy- van dando forma, revisando las fotografías, los pies de fotos, los textos, los cuadros o incluso los gráficos. “No consiste en tirar cada elemento en la página, hay que ir ‘jugando’ con cada uno de ellos para que la página quede compensada, que no vaya muy cargada ‘que no parezca un ladrillo’, que sea vistosa para el lector y de cómoda lectura”, explica.
Vanessa Castillo de Creative XML, una empresa con años de experiencia en el sector que ha trabajado para editoriales como Valdemar, Siruela, La Esfera o Anaya, explica cómo ha evolucionado la profesión a lo largo del tiempo. “Dentro de la historia de las Artes Gráficas y su evolución desde el proceso de ‘Linotipias’ -que consistía en una máquina de escritura de tipos sobre un lingote de plomo que se utilizaba para la realización de periódicos-, la ‘fotocomposición’ -procedimiento de composición de textos e imágenes que se hace directamente sobre película o papel fotográfico-, como tal, a día de hoy es una definición casi obsoleta, ya que los métodos mecánicos y sobre todo digitales que actualmente se utilizan han dado lugar a otras definiciones tales como ‘maquetación de texto’ , ‘tratamiento de imágenes’ que están englobados dentro del departamento de preimpresión mecánica o digital”, cuenta.
De calabaza a libro
Una vez escrito el libro, la calabaza, en este caso el manuscrito –normalmente, un documento de Word- pasa por la edición, la corrección ortotipográfica y de estilo. El procedimiento es siempre el mismo. “El cliente nos transmite sus preferencias -tamaño, tipografía, cuerpo del texto, colores, orden de las imágenes o ilustraciones a insertar donde corresponda en la obra, etc. Volcamos en nuestros programas de edición toda la información y archivos recibidos y le damos forma al proyecto según sus indicaciones -describe Castillo-. Una vez pasado este proceso es entregado a los correctores ortotipográficos y/o de estilo para valorar nuevos cambios. Este proceso de corrección se suele hacer un par de veces antes del visto bueno final del cliente”. Es entonces, continúa, cuando se envía a la imprenta para realizar ‘el ferro’ “que es una impresión de baja calidad para cotejar el orden de páginas, posición adecuada, encuadre de las imágenes, además de tipografías correctas, etc. Es como una prueba comparativa barata antes de la impresión final del libro con la idea de detectar pequeños detalles que hayan podido pasar desapercibidos”.

A veces, explica Sáez, “el autor hace una última revisión, por si quiere añadir o eliminar algo e incluso el editor también lo revisa”. Finalmente, “una vez que todos dan el visto bueno, se envía un PDF definitivo y en alta resolución a la imprenta que se encargará de imprimir los ejemplares”. Ese último acabado, el resultado final, es lo que en la profesión se conoce con el bonito nombre de Arte Final (A. F.).
Los guisantes del libro
Durante el proceso de fotocomposición, además, se trata también de evitar que los pequeños defectos estropeen la calidad final del libro. Detalles que al ojo del lector pasan desapercibido pero que están ahí y resultan especialmente molestos, como un guisante debajo de un colchón, una vez que sabes de su existencia. “Yo soy un lector empedernido y antes de trabajar en una fotocomposición, leía sin más, no me fijaba en detalles que ahora veo que son muy importantes”, confiesa el propio Sáez. Por ejemplo, continúa, “siempre se vigila que no haya viudas —líneas cortas a principio de página— o huérfanas —una sola línea de un párrafo al final de página—, que en un mismo párrafo no se repitan mismas vocales o consonantes ni al principio ni al final del mismo, también que no haya demasiados cortes de palabras en la misma página”. Todas estas cosas, señala el experto, facilitan la lectura. En cuanto a las imágenes, advierte, “si la página llevara una, se procura colocarla en el número impar. El lector, al pasar de página, siempre ve primero la siguiente impar y si lleva ilustración fija la mirada en ella”.
Consiste, como apunta Castillo, en cuidar del aspecto estético de la obra. También se tienen en cuenta, por ejemplo, los ladrillos o epígrafes, o los ajustes de páginas. “En general —señala ella—, se trata de una serie de normas básicas preestablecidas en los trabajos de maquetación, edición y corrección para que visualmente exista una armonía en la lectura”.

En este sentido, añade Sáez, “lo más importante, al menos para mí, es que el interlineado sea generoso, que al lector no se le llenen los ojos de líneas, que no parezca una pared de ladrillos rojos. Creo que la lectura cunde más, aunque esto siempre depende del número de páginas que la editorial haya estipulado”.
La creatividad en la fotocomposición
Y es que, llegados a este punto, cabe preguntarse, ¿queda margen para la creatividad? “La verdad es que no mucho —responde Castillo—, solo el que el cliente pueda darnos en un momento dado por los conocimientos profesionales de las artes gráficas de los que disponemos, pero la mayoría de las veces la creatividad es tarea del autor o editor, nosotros nos limitamos a cuadrar todo eso en los formatos y estándares según las características acordadas para cada obra”.
Casi todas las directrices, de hecho, vienen marcadas por ellos dos. “Aunque si se detecta algo que pudiera estar mal, incorrecto o visualmente feo o antiestético en los manuscritos y maquetaciones solemos recomendar cambios o alternativas estéticas y visualmente mejores, puesto que hay veces que por motivos de tamaño o redistribución de texto e imágenes es difícil o imposible de encuadrar”, explica la diseñadora de Creative XML.
Coincide con ella Sáez que, además, añade: “Si surge un problema de maqueta, entonces sí, la decisión suele ser nuestra —pero siempre informando a la editorial—, aunque por lo general son responsabilidades que no nos incumben”. Eso sí, para el miembro de J. A. Diseño Editorial S. A. siempre queda cierto margen de creatividad “cuando se compagina texto, foto, cuadro, gráfico”.
“Como he dicho anteriormente no es tirarlo en página —afirma—, hay que ‘jugar’ con ello, para mí es jugar con la página y tengo total libertad de creatividad con mis clientes, ya son años colaborando”. Sin embargo, “cuando un libro es solo texto seguido, poca creatividad hay”. Lo importante, concluye, siempre es “intentar que no se repitan muchas cosas, siempre intentando innovar, hay mucha competencia en el sector y hay que procurar ser único, intentar ser el mejor, actualizando constantemente”.