¡Suscríbete a nuestra Newsletter y recibe todas las novedades!

Las Sinsombrero, la voz de la vanguardia en femenino

Nacidas entre 1898 y 1914, desafiaron las normas sociales de la España de los años 20 y 30. Eran pintoras, filósofas, novelistas, poetas o escultoras y su talento no tenía nada que envidiar al de sus homólogos masculinos. Conocidas hoy con el simbólico apelativo de Las Sinsombrero, durante décadas fueron silenciadas, a pesar de que su mentalidad progresista, avanzada y rompedora transformó el panorama cultural y artístico de nuestro país. 

Este 2022, coinciden varios aniversarios de algunas de estas mujeres que influyeron notablemente en la vanguardia artística de principios del siglo XX: 120 años del nacimiento de Maruja Mallo, 90 de la muerte de Marga Gil Roësset, 20 del fallecimiento de Josefina de la Torre y 50 del último adiós de Concha de Albornoz. Presentes en el pabellón de España en la Feria de Frankfurt a través de la participación de la intérprete salmantina Sheila Blanco, que cantará a las poetas de la Generación del 27, hoy recordamos su historia.

Rompiendo moldes

El apelativo de “Sinsombrero” fue acuñado por Tània Balló, Serrana Torres y Manuel Jiménez en 2015 para el documental homónimo, disponible online en RTVE, por una anécdota que narraba Maruja Mallo. Signo de distinción, solo un gesto desenfadado y no muy bien pensado provocó la crispación de la sociedad de la época. “Un buen día –cuenta la pintora– a Federico (García Lorca), Dalí, a mí y a Margarita Manso se nos ocurrió quitarnos el sombrero y al atravesar la Puerta de Sol, nos apedrearon, insultándonos”. Un acto “para descongestionar las ideas” narraba, que fue percibido como demasiado transgresor para el momento.   

Pero como a Lorca y a Dalí, a Manso y a Mallo aquello no les amedrentó. Ellas, junto a las pintoras Rosario de Velasco, Rosa Chacel, Delhy Tejero y Ángeles Santos, las escritoras María Teresa León, Concha Méndez y Luisa Carnés, la poeta Ernestina de Champourcín, la filósofa María Zambrano, o las ya citadas Gil Roësset, De la Torre y Albornoz formaron parte activa de la Generación del 27 junto a Cernuda, Salinas, Alonso, Buñuel, Alberti o los propios Dalí y Lorca, entre otros. Un grupo tan interesante como ecléctico, donde se influenciaron unos a otros y compartieron talento por igual. Sin embargo, cuando en 1932, Gerardo Diego publicó su famosa antología de Poesía española, se olvidó de incluir a cualquiera de sus compañeras. Sí lo hizo dos años después, añadiendo en aquel listado solo a dos: Champourcín y De la Torre.  

Tocadas por la tragedia

Pero, ¿qué fue de aquellas mujeres que con sus ideas y arrojo habían contribuido también a la cultura de la época? Sus historias están, como las de sus coetáneos, llenas de matices interesantes. La propia Mallo, por ejemplo, colaboró en los decorados de varias obras de Rafael Alberti —Santa Casilda y La Pájara Pinta—, con quien mantuvo un intenso idilio romántico y creativo, hasta el punto de que algunos de los poemas del autor de Marinero en tierra llegaron a ser transcripciones poéticas de sus pinturas. A aquel romance, puso fin la aparición en escena de María Teresa León, con quien el poeta contrajo matrimonio en 1932 y con quien viviría hasta la muerte de la escritora en 1988. 

Mientras tanto, la pintora surrealista, que también mantuvo una relación con Miguel Hernández a lo largo de su vida, se codeó con artistas como Magritte, Max Ernst, Joan Miró y Giorgio de Chirico, y participó en tertulias junto a André Breton y Paul Éluard. “Mitad ángel, mitad marisco”, como la definió Dalí en una ocasión, Mallo fue autora, entre muchas otras piezas de hermosa valía, de la que se considera hoy una de las grandes obras del surrealismo, Espantapájaros, pintura que adquirió Breton en 1932. 

Más trágica, sin duda, es la historia de Marga Gil Roësset. Niña prodigio y autodidacta, despertó desde muy joven el interés en los intelectuales de la época, que pronto admiraron su obra, hasta el punto de que algunas de sus ilustraciones, se cree, inspiraron al escritor Antoine de Saint-Exupéry para las imágenes de El principito. Poseedora de un gran talento, el final de esta escultora, ilustradora y poeta se precipitó, no obstante, cuando en julio de 1932, a la edad de 24 años, decidió poner fin a su vida de un disparo, ante la imposibilidad de ver correspondido su amor por Juan Ramón Jiménez, casado ya entonces con la escritora Zenobia Camprubí. Antes de suicidarse, Gil Roësset trató de destruir parte de su obra, particularmente sus esculturas.  

La lista de desgracias es amplia. Lo integran nombres como el de la intelectual y filósofa María Zambrano que tuvo que pasar un largo exilio para que su obra fuera finalmente reconocida a finales del siglo XX con el Premio Príncipe de Asturias en 1981 y el Premio Cervantes en 1988. O el de Ernestina de Champourcín, la única mujer que fue considerada en igualdad con el resto de los poetas del 27, a pesar de lo cual su nombre no fue reivindicado hasta 1989, fecha en la que se le concedió el Premio Euskadi de Literatura en castellano en su modalidad de Poesía. Coetáneas y aliadas, la pintora Rosario de Velasco ilustró, por ejemplo, varias obras de María Teresa León —Cuentos para soñar y La bella del mal amor—​ y Princesas del martirio de Concha Espina. 

Saliendo del olvido

Testigos de una época tumultuosa, la tragedia de la guerra tampoco dio tregua a estas mujeres que, en algunos casos, lo perdieron todo. Amiga y confidente de todos los miembros de la Generación del 27, además de pintora, Manso fue musa de Dalí, amante de Lorca y mujer del escenógrafo y pintor Alfonso Ponce de León, con quien se casó en 1933. Una de las mujeres más modernas de los años 20 y 30, según la describen sus coetáneos, que, sin embargo, quedó profundamente tocada tras la tragedia de la guerra, primero con el asesinato de su confidente Lorca, y más tarde con el de su marido, detenido y encontrado muerto en una cuneta.  

Ellas, como ellos, formaron parte indiscutiblemente de toda una generación que cambió nuestra forma de sentir y pensar las cosas. De ellos conservamos sus nombres. Eran aquellos amigos, compañeros de juventud, que, con el paso de los años, en muchos de los casos, se olvidaron de sus compañeras, que se vieron relegadas al olvido. “Ignoro en qué ciudad / y si llegará el día / en que vuelva a sentirme descubierta”, escribió De la Torre, en uno de sus poemas más famosos que comenzaba así:  

Mis amigos de entonces,
aquellos que leíais mis versos
y escuchabais mi música:
Luis, Jorge, Rafael,
Manuel, Gustavo…
¡y tantos otros ya perdidos!
Enrique, Pedro, Juan,
Emilio, Federico…,
¿por qué este hueco entre las dos mitades? 

Cuando Tània Balló, junto a Serrana Torres y Manuel Jiménez, rodaron su documental, sobre el que después se escribió un libro y su continuación –Ocultas e impecables–, donde la directora y escritora añadía más nombres a la lista como Carmen Conde, Margarita Ferreras, Consuelo Berges, Lucía Sánchez Saornil o Elena Fortún, lo hizo con el objetivo de recuperar, divulgar y perpetuar el legado más que merecido de estas artistas. Sin duda, De la Torre no se podía imaginar en qué ciudad, cómo y cuándo, volvería a ser descubierta. Pero sí, llegó ese día, y lo hizo para quedarse.