“Supongo que la gente cree que atendemos y leemos. En realidad, no hay tiempo para eso. Lo que más hacemos es, por poco romántico que suene, abrir y cerrar cajas, recibir novedades y reposiciones y preparar devoluciones”, cuenta Patricia Millán de su trabajo en la librería Cámara, la más antigua de Bilbao, inaugurada en 1921. La imagen choca enseguida con la idealización de la profesión, con esa escena a lo Julia Roberts en Notting Hill o de Emily Mortimer en La librería, porque el trabajo, aunque vocacional, es otra cosa.
“Hay una parte que consiste en el abastecimiento del negocio que compartimos con cualquier tipo de comercio”, explica Isabel Sucunza Alfonso, copropietaria desde 2014 de la librería Calders de Barcelona. Es, según sus palabras, lo más parecido al trabajo de oficina: facturas, producción de actividades, reuniones con editores… “Normalmente, las mañanas son el momento de las visitas de los comerciales de distintas distribuidoras, temas de bancos, recepción de pedidos… Las tardes están enfocadas casi exclusivamente a la venta y a las actividades”, añade.

Para Esther Gómez, al frente de la librería Moito Conto de A Coruña, ser librera es un trabajo exigente. Hay que “seleccionar, abrir cajas, colocar con la mejor disposición, atender al público, a los comerciales, a los montones de propuestas de diversa índole que no paran de llegar, hacer agenda cultural, devoluciones de lo que no se mueve, escaparates, redes sociales, los cientos de correos y no parar en ningún momento e irte a casa con la sensación de que te queda mucho para mañana”, enumera.
Y, por si fuera poco, ahora también está la presencia digital. “También tenemos que atender cada vez más tanto las redes sociales como los pedidos por vía electrónica. En nuestro caso recibimos pedidos por teléfono, pero también por WhatsApp, por correo electrónico, por nuestra web o por la web de Todos tus libros –explica Millán–. Es importante tener un escaparate digital que transmita nuestra personalidad y nuestro fondo literario”.

En dos palabras, el día a día de la profesión es “ajetreo” y “vida”, matizan Álvaro Muñoz y Cristina Sanmamed. “Cuando abrimos las puertas de las librerías empiezan a llegar lectores, a recoger pedidos o a elegir libros”, comparten estos dos libreros que, en octubre de 2011 se aventuraron a abrir La Puerta de Tannhäuser en Plasencia (Cáceres), un trabajo por el que en 2016 recibieron el Premio Nacional al Fomento de la Lectura. “Seleccionamos con cuidado las novedades, no nos llegan los libros indiscriminadamente, pero a pesar de ello hay épocas en las que llegan muchas lecturas. Se sacan los libros de las cajas, los abrimos y huelen de una manera muy especial y una vez que somos conscientes de lo que tenemos en la mano los colocamos en las mesas o estanterías”, explican.
Lo que el cliente no ve
Custodios de los libros y las novedades editoriales, hay mucho más trabajo detrás de un escaparate de lo que nos imaginamos. “Es sorprendente la cantidad de gente que piensa que los libros llegan por una especie de magia, se colocan solos y que además no existe riesgo de pérdida económica porque las editoriales nos lo dejan todo en depósito y lo que no es así lo podemos devolver sin mayor problema –detalla Gómez–. Esta mala información hace que todo el mundo crea que trabajar en una librería es maravilloso, leer esos libros tan estupendos que te hablan desde sus cubiertas tiene que ser una delicia, pero la realidad es que nunca lo podemos hacer. Leemos en casa como todo el mundo. La librería requiere un trabajo muy organizado y nunca hay tiempo de leer. Montar una librería con total desconocimiento de este sector tiene que ser un sufrimiento terrible”.
Porque como para todo hay que saber. Lo que no ve el cliente, matiza la copropietaria de Calders, es todo el proceso de abastecimiento. “Los libros no nos llegan directamente de la distribuidora en cuanto se publican, hay todo un proceso de selección que consiste en mirar catálogos y decidir qué libros encajan más en nuestro fondo”.

Por ejemplo, explica Millán, también hay que dedicar tiempo a analizar estadísticas de ventas “para poder acertar con mayor precisión a la hora de escoger entre toda la oferta editorial. Nuestro criterio de compra –añade– se basa en la experiencia sobre todo con una pequeña dosis de intuición y mucho de estar atentos al mercado y a lo que nos van sugiriendo desde diversas fuentes. Los libros que destacamos son, siempre, los que nos han gustado a nosotros. Trabajamos varios libreros con gustos diferentes y así ampliamos el abanico de lecturas a sugerir a la gente”.
Una cadena de confianzas
Hay muchos valores que combinar, tercia Gómez al respecto: “Autores, editoriales, avances de libros que leemos antes de salir al mercado serían de los más importantes. Nos influye mucho la línea de trabajo de algunas editoriales que siempre destacamos porque admiramos su labor, vamos creando con ellas movimientos de confianza igual que nuestros lectores los crean con nosotras. Esto es una cadena de confianzas, no hay duda”.
Apostar por alternativas es, de hecho, una de las grandes propuestas de estas librerías. En La Puerta de Tannhäuser, por ejemplo, se procura dar difusión a editoriales y autores fuera de los grandes circuitos literarios. “Ahora estamos retomando tras la pandemia las presentaciones y encuentros en la librería y estamos pensando en editoriales independientes. La Puerta de Tannhäuser es algo más que una librería, es un lugar de encuentro entre lectores y autores para disfrutar y vivir experiencias culturales enriquecedoras”, mantienen.
Para ello, conscientes de que no se puede abarcar todo, ambos seleccionan según sus propios gustos literarios y atendiendo al de sus clientes. “Leemos todo lo que podemos y como no da tiempo a todo escuchamos y hablamos con nuestros lectores para que nos cuenten sobre textos que les hayan impresionado o gustado y siempre lo tenemos en cuenta. Somos muy fans de los libros bien editados y de las buenas traducciones y tenemos debilidad por los ilustrados, tanto para adultos como para el público infantil”.

Pero no todo se queda en el escaparate, como señala Sucunza Alfonso, hay dos elementos claves de promoción: las mesas y expositores y la agenda de actividades. “Nosotros somos muy cabezones con recomendar y destacar libros y autores que conocemos bien y creemos que valen la pena: no alquilamos espacios promocionales, todo lo que hay en las mesas lo decidimos nosotros e intentamos que sean libros con cierta solvencia, no simplemente la última novedad que lo peta”, señala.
Crear comunidad en torno al libro
Y es que entre el océano de novedades que se publican cada mes, las librerías independientes juegan un papel imprescindible a la hora de poner el foco en el trabajo editorial y en algunos autores. “Es muy complicado pelear por el espacio físico preferente –sostiene Millán–. Nosotros somos lectores antes que vendedores y tenemos una vocación inmensa por difundir lo que nos gusta con pasión, algo que ningún algoritmo puede sustituir. También establecemos una relación a largo plazo con nuestros lectores y es una relación que se retroalimenta: nos interesa saber qué les gusta a ellos y nos fiamos de su criterio para crear una comunidad que se articule alrededor del libro”.
“La gente habitual de las librerías independientes deposita una confianza mayor en sus libreros que en cualquier campaña de marketing que pueda difundir cualquier editorial –añade Gómez–. La gente espera que su librería de confianza le descubra algo más que lo que ve por todas partes. Es imprescindible que disfrutemos descubriendo voces nuevas y que reforcemos nuestro criterio. En esto también hay mucho oficio”.
Y es que, como explica la responsable de Moito Conto, “no dejar que los mercados más grandes nos aleccionen es uno de los encantos de la independencia librera, personalmente es de lo que más me gusta de la profesión, esa parte más humana de complicidad y respeto por las personas que nos visitan, recomendar siempre pensando en su disfrute, en ponerle un libro en las manos que suponga un tiempo de encontrarse con emociones”.
Arrastrados por las novedades
En cuanto a las dificultades, una de las mayores preocupaciones de las librerías, comparte Millán “es el aumento de oferta literaria que es imposible de abarcar para una librería generalista que se mueve por diferentes géneros. Es una sensación constante de estar moviendo libros sin que tengan una oportunidad real de llegar a sus lectores porque se ven arrastrados por las novedades. La verdad es que genera bastante frustración”.
Ese es, apunta Gómez, el lado menos agradable pero curiosamente uno de los más bonitos. “Para mí la selección de novedades, meses antes de que salgan, es un trabajo interminable pero atrayente para ir conociendo por dónde nos moveremos en los próximos meses. La parte más fea son las devoluciones, algo imprescindible para mantener el equilibro económico y de espacio en la librería. Tampoco es agradable la parte administrativa, el sector del libro tiene mucho que avanzar en este tema. Aún tenemos muchos proveedores importantes que nos envían una factura después de cada albarán, lo cual genera una cantidad de papel y una pérdida de tiempo en gestión que sigue siendo muy mejorable. Todo esto nos resta mucho tiempo para un trabajo de mayor calidad en la promoción de la lectura”, defiende la responsable de Moito Conto.
Muñoz y Sanmamed, por su parte, apuntan a la incertidumbre e imprevistos externos como la pandemia o la guerra entre Rusia y Ucrania como principal amenaza. “Tener una librería implica llevar un riguroso seguimiento de los gastos e ingresos de cada día –comparten–. La gente tiene que venir a comprar libros para que las librerías sigamos abiertas y en marcha muchos años. Nosotros estamos muy agradecidos por el apoyo de nuestra clientela, pero siempre hay que estar alerta”.
Pero como defiende Gómez, detrás de esta vocación hay mucho más. “Lo considero una pasión –dice–, un trabajo apasionado, un modo de vida. Todas las pequeñas empresas de una autónoma, como es mi caso, requieren vivir así el trabajo. Pero cuando lo que vendes son libros hay algo más, el libro no es un producto sin más, tiene emociones profundas, por eso las que regentamos una librería tenemos ese punto de utopía que nos hace creer que aportamos un granito de arena para que el mundo sea mejor”, concluye.